29 de marzo de 2009
Fuente: Baby Blog
En el libro de Robert. J. Mackenzie 'Poner Límites. Cómo educar a niños responsables e independientes con límites claros' (Ed. Medici, 2006) además de explicar la importancia de poner límites claros, explica una serie de pautas para que los padres identifiquen claramente cuál es su estilo educativo (punitivo o permisivo) y cómo salir de él para aplicar un estilo más 'democrático'. Se enseña a los padres a establecer límites y a aplicar consecuencias. Es un libro fácil de leer y con muchos ejemplos en los que los padres se sienten identificados, y es útil para los padres desde que sus hijos son pequeños hasta que se convierten en adolescentes.
Uno de los aspectos más interesantes es el de la aplicación de consecuencias. Cuando uno establece un límite espera que su hijo lo respete, pero no siempre es así. Habitualmente después de poner una norma, si no se cumple, los padres llevan a cabo numerosas intervenciones verbales (avisan varias veces, gritan, amenazan, razonan, pactan, ruegan para que se porte bien, critican) y cuando nada de esto funciona, entonces actúan desesperados y habitualmente muy, muy enfadados. Ahí entonces actúan: aplican un castigo o les dan un cachete. ¿Son necesarias tantas intervenciones verbales y llegar a enfadarse para que a uno le obedezcan? En realidad no, y el autor propone un método muy sencillo: Respaldar los límites con consecuencias. Para eso plantea tres técnicas para aplicar los límites:
- Verificación: comprobar que nos ha oído, así que no es necesario repetir.
- Corte: no hay opción a discusiones, quejas o tratos.
- Tregua: si una o las dos partes están muy enfadadas hay que dar un tiempo de tregua para que una o ambas partes se calmen antes de resolver el problema.
Entonces, en primer lugar hay que tener claro cómo debe ser el límite. No es lo mismo decir a un niño "vale ya, eres un pesado" que decir "tienes que esperar a que termine de hablar por teléfono". Por tanto, el límite o norma que establecemos debe ser:
- Cuanto más claro y conciso mejor. Hay que ir al grano (y esto no siempre es fácil).
- Utilizad un tono de voz firme pero normal. No hace falta gritar.
- Anunciar la consecuencia de antemano.
- Y lo más importante: cumplir la consecuencia si es necesario.
¿Cuáles son esas consecuencias? El autor del libro las divide en dos categorías:
- Consecuencias naturales. Es la que sigue de manera natural a una situación. Por ejemplo, si se le cae el helado porque estaba despistado, lo natural es que se quede sin helado. Así la próxima vez tendrá más cuidado. "Vaya, qué faena, se te ha caído el helado. La próxima vez tendrás que tener más cuidado". No hace falta sermonearle, sólo con experimentar las consecuencias negativas de sus actos le sirve para aprender para futuras ocasiones. Lo contrario sería sobreprotegerle.
- Consecuencias lógicas. Se llaman así porque están relacionadas con la conducta en cuestión. Por ejemplo: si se escapa corriendo por la calle tendrá que ir de la mano o en la silleta hasta que aprenda a no escaparse; o si se niega a recoger las pinturas se quedará sin ellas unos días.
¿Y cómo se aplican esas consecuencias?
Primero hay que anunciarla previamente cuando sea posible para que el niño sepa a lo que atenerse. Hay que transmitirla con calma y hacerla cumplir del mismo modo. No es necesario criticar ni humillar al niño. Segundo, hay que aplicarlas cuantas veces sea necesario y de manera inmediata; y en último lugar, una vez cumplida, borrón y cuenta nueva (no es necesario seguir echándoselo en cara el resto del día).
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