Fuente: Consumer Eroski
Los padres que se enfrentan a la actitud rebelde de sus hijos durante la infancia deben identificarla como una parte más de su desarrollo, y no como un problema. Incluso es beneficioso que lo entiendan como una oportunidad para inculcar los valores educativos que permitirán al pequeño evolucionar, de forma que vaya incorporando las normas de comportamiento en su código de conducta, además de aprender a relacionarse de forma correcta con su entorno. Sin embargo, cuando este comportamiento transgresor y hostil va más allá de la primera infancia (entre los cero y seis años) puede ser un indicador de que algo no funciona como corresponde.
Una vez superada la primera infancia, si un niño mantiene comportamientos rebeldes y desafiantes capaces de alterar el ambiente familiar por su intensidad y frecuencia es posible que esté gestando el Trastorno Negativista Desafiante (TND), que se manifiesta con una rebeldía constante hacia cualquier tipo de norma y autoridad impuesta por un adulto y puede desencadenar en una actitud hostil. Ante esta situación, muchos padres se sienten incapaces de fijar límites razonables a sus hijos al tener que lidiar de manera constante con un niño que se muestra desafiante y no acepta su autoridad.
La desesperación de los padres
Una conducta especialmente transgresora y hostil hacia los padres es interpretada por los psicólogos, en general, como el reflejo de que la maduración del niño no sigue su curso normal. Este Trastorno Negativista Desafiante se asocia a una inmadurez emocional que debería haberse superado en las primeras etapas de la infancia, y provoca que el niño reaccione con comportamientos propios de edades más infantiles porque no es capaz de gestionar sus emociones. Y lo hace de la única forma que sabe: mediante una actitud cargada de rebeldía y contrariedad hacia las normas establecidas, que llega a superar la paciencia de padres y educadores.
Esta postura, que puede mantenerse incluso hasta la adolescencia, disminuye de intensidad en la edad adulta. Pero hay que tener en cuenta que durante la infancia y la adolescencia la actitud de los más jóvenes se caracteriza por un egocentrismo que puede reforzar ciertas conductas contrarias a la autoridad de los adultos. Este egocentrismo puede verse exagerado si la maduración emocional se encuentra estancada, de tal forma que no se asuma la importancia de unas normas de comportamiento comunes a todos que deben ser respetadas, sobre todo cuando supone la obligación de renunciar a los deseos hedonistas inmediatos.
En estos casos, los pequeños responden con ataques de ira e impaciencia que se relacionan con un sentido aún poco desarrollado: la tolerancia a la frustración. Los límites establecidos por los padres se viven como algo inaceptable y, por tanto, el niño desafía a la autoridad para salirse con la suya.
Esta actitud rebelde puede manifestarse de forma hostil con un enfado, gritos o llantos. Pero igualmente desafiante es una actuación pasiva, como no cumplir de manera sistemática con lo establecido, no escuchar los razonamientos del adulto de forma deliberada e, incluso, manifestar quejas recurrentes que sirven de excusa para no cumplir con cualquier sugerencia de los padres.
Del negativismo a la transgresión
Con una actitud tan negativa es más que probable que el ambiente familiar se vea perjudicado. Este comportamiento, por intolerante, puede traspasar los límites de la familia y verse reflejado en la escuela u otros ámbitos y hacer que la conducta negativista afecte a la mayoría de ambientes donde primen unas normas que todos deben cumplir. Es habitual que las situaciones que se generan con un niño desafiante pongan a prueba la paciencia de padres y personas encargadas de la educación. La consecuencia es que desencadenan actitudes negativas con gran facilidad también en los adultos que, por no tener recursos efectivos para que los pequeños sigan las normas establecidas, aplicarán sanciones de forma recurrente, endurecerán su criterio y aumentarán el número y la intensidad de los castigos.
Las constantes disputas se convierten así en rutina, de forma que se genera un círculo en el que las conductas transgresoras y hostiles de los pequeños se refuerzan y automatizan ante la impotencia y desesperación de los padres. Teniendo en cuenta que este trastorno tiene que ver con el desarrollo de la madurez emocional, es importante solicitar lo antes posible la ayuda de un especialista que asesore a los padres en la recuperación del proceso madurativo que corresponde por edad. Así se podrán evitar posibles trastornos de conducta en el futuro y la vida familiar transcurrirá con normalidad.
El Trastorno Negativista Desafiante se relaciona con actitudes que forman parte a su vez de otras alteraciones, como el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDHA). En ambos se observan comportamientos en los que los adultos se sienten incapaces de controlar el comportamiento de sus hijos. El mismo patrón sigue el Trastorno Disocial, relacionado con conductas poco aceptadas, transgresoras y fuera de las normas sociales. En este caso, los individuos, además, son poco empáticos.
Cuando las normas... no están claras
- El Trastorno Negativista Desafiante se da, en la mayoría de los casos, en contextos en los que las normas son difusas y el pequeño no tiene muy claro cuáles tiene que cumplir. Por ello es fundamental que los padres acuerden no sólo los límites que sus hijos deben respetar sino que además tienen que quedar bien claros. La mejor forma de llevarlo a cabo es hacer cumplir con perseverancia las normas que se inculcan y evitar que su aplicación sea inconstante o que los progenitores se contradigan.
- Si los padres consideran que hay que sancionar las conductas negativistas de sus hijos deberán mantener en firme dicha sanción hasta el final y evitar que la actitud rebelde llegue a agotarles y no se acabe cumpliendo lo prometido. De ser así, reforzaría aún más el comportamiento negativista: el niño entendería que transgredir las normas no tiene consecuencias y que, por tanto, puede desafiar la autoridad de los padres. No obstante, esto no quiere decir que el castigo sea una constante, sino que el cumplimiento de aquél que se imponga debe ser real. De lo contrario, los padres -de manera inconsciente- pierden su credibilidad y es entonces cuando los niños entienden que da lo mismo cumplir con las normas establecidas en casa porque al final se salen con la suya.
Cuando las normas... son demasiado estrictas
- Las familias con normas excesivamente estrictas y sancionadoras, incluso con transgresiones propias de la edad, corren el riesgo de que sus pequeños se nieguen a cumplir de manera continuada los castigos por considerarlos injustos y excesivos. Aunque su actitud rebelde pueda estar más justificada en este caso, es probable que se desarrolle y mantenga una actitud negativa hacia cualquier imposición de los padres sólo por haber automatizado una respuesta negativa a las normas, sin distinguir si son justas o no. Por ello se aconseja que las familias que establecen límites demasiado rígidos eviten sancionar a los niños de forma automática y, sobre todo, que trabajen en reforzar los aspectos positivos de su conducta.
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